"¡Nepitooooo!!! Bajá de este yousendit la historia completa de Sasha que, me dijiste hace tiempo y por ahí ya te arrepentiste, querías publicar...
Hace mucho que no me llegan banquetes pantagruélicos de tu paso por Europa, ¿es cierto que te engordaron tanto los dedos que no podés apretar las teclas para escribir?"
Este textual de mi querido amigo y mentor Carlos Trillo fue uno de los últimos mails que me mandó, casi pisando el comienzo de la Feria del Libro, en abril de este año. El loco se iba a pasar su cumple a Londres, me hablaba en principio de un libro que vamos a publicar y, lo más importante aquí, me reclama sobre estas crónicas que en ese momento -y hasta hoy- estaban suspendidas por exceso de trabajo...
Hoy, 30 de junio, vuelvo a escribir mientras acabo de poner a hervir un sólido codillo que me comeré este mediodía. Lo puse al vapor, para desgrasarlo lo más posible, y lo he perfumado con unos buenos puerros y algo de perejil. No sea que la casa quede con mucha baranda, que a Anita no le gusta...
Escribo esto y me acuerdo de Carlos, que desde hace unos años me decía Nepo, supongo que por Nepomuceno Mosca, el escritor borrachín que aparece en El Eternauta, pero que antes y durante mucho tiempo me llamó "Bondiolita!", en obvia alusión a mi preferencia por el cerdo en general, y por ese corte en particular.
Me acuerdo como si fuera hoy una vez que vino a comer a la quinta que alquilamos cuando Luchito tenía un año y nos clavamos, sin repetir y sin soplar, dos enormes y suculentas bondiolas enteras a la parrilla... Eramos apenas cuatro comensales, y las chicas que no comieron nada... Uf...
Y ahora, casi 15 años más tarde, cuando publiqué la primera nota sobre el codillo en Uropa, me llamó y me dijo: "qué hijo de puta sos, no vayas a reventar, ¿eh?".
Se estaba cuidando el hombre: muy seguido le daba al pescadito grillado con verduras hervidas, aunque la última vez que fuimos juntos a comer al puerto de Olivos nos clavamos, no podía ser de otra manera, unas bondiolitas a la parrilla... Pero con agua, eh, que al medio día no se toma...
En fin, que mientras el codillo se desgrasa en mi cocina y el aroma invade la casa y reaviva mis recuerdos, me viene a la mente el extraordinario mercado de Naschmarkt, en pleno centro de Viena, donde reina Radatz (http://www.radatz.at) la chanchería/charcutería gourmet más piola del universo... La vidriera invita a tirarse de cabeza, es "el paraíso chancheril".
Los codillos horneados se ofrecen para llevar por apenas 4 euritos cada uno... 4 pesitos! Qué maravilla!!!
Los codillos horneados se ofrecen para llevar por apenas 4 euritos cada uno... 4 pesitos! Qué maravilla!!!
(Arte fotográfico coderil: composición de codillo horneado, champanes varios y espejo con autores en la pensión Riedl, en Viena)
(Unos codillos colgados en un surtido puesto del mercado de Salzburgo, muy bien acompañados, por cierto...)
Y para terminar, para aquellos que pensaron que sólo era una "licencia literaria", acá está: esta foto la tomé recién y acá está mi codillo en estado de desgrasado y cocción con los puerros y tal... Van a ser las 14 hs. del 30 de junio de 2011 y ya mismo dejo esto y me voy a comer. Ah, herví aparte una papitas para acompañar con oliva y pimentón español. Ta luego...