El Rey del Conejo

Se acaba de ir.
Solano, el viejo dibujante que hizo TODO lo que hay que hacer el mundo, se terminó yendo nomás…. Era un grosso. No sólo como autor. Era un tipazo.

Recuerdo decenas de anécdotas con él –que me guardaré para mí, que son mi tesoro-, pero este blog amerita contar un par de ellas, y los pocos amigos que siguen éstos, sólo por hoy, relatos gastrocomiqueros, se merecen que las comparta.
En el 2008 –creo- fuimos juntos invitados por el amigo Benjamán
 Corzo al Perú, a la Feria Internacional de Libro. Apenas pisamos suelo limeño nos recibieron dos chicas de prensa de la Feria –sabrán disculpar mi crónica mementez, pero no recuerdo sus nombres-, a lo que el viejo, y aún antes de decir hola, me disparó en secreto un sincero “qué bonita la morocha”.
Los peruanos son gente orgullosa de su comida, de excelentes modales y anfitriones por demás. Nos llevaron a comer a todos los lugares inimaginables, siempre super bien, claro está.

Quiero destacar hoy dos lugares donde comimos con Solano; uno, de vuelta de un reportaje que le hicieron en la tele bien temprano (en un programa tipo “Desayuno”), al pasar por una esquina donde mucha gente esperaba su “desayuno criollo”. Me tentó saber de qué se trataba y el viejo me hizo la gamba. No serían más de las 9:30 o 10 de la mañana. El desayuno en cuestión consistía en un plato de chancho frito con batatas –creo- y café con leche (!).
De arranque no querían traerme una cerveza. Me decía la mujer que un desayuno criollo era con café con leche. Le expliqué que “de ninguna manera iba a comerme un pedazo de chancho frito con un café con leche. Que como mayor de edad quería mi cerveza, porque, argumenté sin ningún sentido, “en Buenos Aires es común que los porteños desayunemos con cerveza” (sic). Dudó, lo consultó en la caja y finalmente me trajo mi cerveza. El viejo se cagaba de risa. Tenía una risa franca, divertida.

Solano no era de mucho comer. Cortó un pedacito mínimo de chancho, se lo metió en la boca, lo masticó, se lo tragó y dijo: “listo, hasta acá llegué”. Lo entendí, no era hora de semejante atracón. La piba de prensa se tomó mi café con leche y me miraba desencajada… Me comí TODO mi chancho y miré el plato de Solano. “Olvidate”, fue todo lo que me dijo… Además de ser la leyenda viva de la historieta mundial, se preocupaba por mi salud.
La otra fue cuando nos llevaron a un restaurante exclusivo de conejo. Un lugar muy lindo, de buena ambientación, con un salón largo que terminaba con la cocina integrada y donde se cocinaba a la vista el único plato de la casa: conejo en todas sus posibilidades. Me dijeron, aunque no permitieron ir a verlo- que la puerta trasera daba directo al criadero, en donde “cultivaban” los conejos que estábamos por comer… Dos cosas que me llamaron la atención, que las paredes no llegaba al techo –“¿Y si llueve, no se inunda todo?, pregunté. “No, en Lima jamás llueve”, me dijo el pibe que vino con nosotros y del cual tampoco recuerdo su nombre… La otra es que el local, al no tener licencia para vender alcohol, tiene a un tipo en la puerta que toma tu dinero y se va hasta el mercadito de la esquina y te compra la cerveza bien fresquita (o vino, o lo que gustes tomar) y te lo trae para que acompañes tu conejo…

Esta vez Solano se comió todo su plato. 
Claro, el viejo “amaba al conejo" en todas sus formas y presentaciones posibles. Sería, seguro, su "plato preferido". Y a la hora de la foto, tomó debidamente del hombro a la morocha de prensa, aquella que nos recibió en el aeropuerto...

Era un grosso el viejo. Lo voy a extrañar.