Gira Champusera 2012/ previa en A Fuego Negro y cierre en el insuperable Bar Martínez [San Sebastián]


Nuestro amigazo Alfredo vino a buscarnos a San Sebastián ese domingo porque al otro día salíamos en su auto los tres para Vitoria, a conocer el lugar, ver su exposición en el Artium, y además, ir hasta Arrazola.
Esa tarde subimos al Monte Igueldo, desde donde vimos la Bahía de la Concha como no se puede ver desde ningún otro lugar… Bajamos al Peine del Viento a oír el rugido del mar y a charlar en la penumbra del anochecer inminente y desde ahí, directo a la Parte Vieja a arrancar el poteo.

(Arriba: nosotros tres y la vista de la Bahía de la Concha desde el Monte Igueldo. Abajo: el fabuloso Peine del Viento, obras de Chillida sobre la arquitectura de Peña Ganchegui)
Pasamos por La Cuchara de San Telmo pero ya cerraban y entonces nos fuimos al A Fuego Lento. Ahí arrancamos con un cava Raventós y Blanc, una tortillita in-fal-ta-ble para Anita y una Merendola de Foie para nosotros.
El pan que acompañaba el foie era una maravilla, con trocitos de durazno incrustados, y el foie cubierto por una sutil y mínima crosta dulce que lo potenciaba y equilibraba a la vez. Anita siguió con una mini hamburguesa de Kobe, ese tipo de carne que viene del Japón, donde –dicen- masajean a la vaca, le dan cerveza de tomar y trigo especial de comer y tal… Según Ani, sabía a hamburguesa y punto. “Sin bobadas”, por favor…
(La mini hamburguesa de Anita... Por suerte, la completó con su infaltable tortilla!)

A punto de irnos, uno de los que atendían nos escuchó hablar de nuestros planes para el día siguiente y, reconociendo a Alfredo, le pidió que le firmara el menú… Lógico, el hombre es toda una celebridad del mundo del arte en aquellos pagos y hasta sale en los diarios y todo! (lástima que ya habíamos pagado, no?).
De ahí nos fuimos directo al Bar Martínez.
El “Gigante” de Hondarribia nos lo había recomendado así: “Si tuviera que elegir un solo pincho sería el del Bar Martínez, en la calle 31 de agosto [Hoy!].  Si vas, grita bien alto, has de pedirlo así: ¡quiero un pimiento en ensalada! Si lo coges de la barra, estás perdido, forastero. Es muy sencillo, un pimiento relleno frío, nunca he sabido muy bien como se apellida el relleno, una especie de atún con salsa tártara, de sabor muy peculiar. Cada vez que lo pides, aunque el sitio esté atiborrado de gente, los tipos te lo hacen al momento. Tuestan una rebanada de pan, rellenan el pimiento delante de tus morros y le tiran encima una vinagreta nueva, muy vigorosa y buenísima, con un aceite de oliva casi medicinal.”




















(Los famosos Pimientos. Lo mejor de lo mejor!)

También le dimos a unas exquisitas rabas, unos pimientos –piparras- fritos con la rosa de la sal por encima, más pimientos rellenos, cervezas varias (Anita se clavó más de un autóctono txakolí, un vino blanco producido a partir de uvas verdes medio ácido, medio dulzón…) y la otra especialidad de la casa: unos buñuelos de corazones de alcauciles con jamón ibérico (tre-men-dos!) y para cerrar la noche, Anita se hizo firmar un autógrafo del mandamás del lugar.

Ya lo saben, un día como hoy hay que comer acá!

Confirmado: soy un Monstruo!


Recomienda el chef vasco David de Jorge en su libro “Con la Cocina no se Juega” que hay que “comportarse, de vez en cuando, como un monstruo”.

Asegura, además, que se debe “desconfiar de quién no se dio nunca el gustazo de comportarse en la mesa como un animal, pues de esa forma averigua uno sus límites privados y la delgada línea que separa al gourmet del zampabollos.
La sensación de comer mucho de algo que te pierde, delata la envidia en la acusación de gula que los mortales aburridos lanzan sobre la gente noble”.

Este domingo pasado fuimos a almorzar a la casa de mis tíos Jorge e Irma. En realidad, son los tíos de mi mujer Ana, pero a esta altura de la soiree, y después de ir a comer a su casa cientos de veces miles de exquisiteces, dejo aquí por escrito que cuando me separe entregaré casa, auto, cuatri, ahorros y mi colección de comics de Solano López, pero que quede claro que a los tíos Jorge e Irma me los quedo yo.

Este domingo sirvieron “Guiso de Mondongo”. 
Con mayúsculas, del posta, aquel que uno no puede dejar de comer. Mondongo cortado en pequeños trozos casi simétricos, iguales entre sí. Sin largas tiras, ni cuadrados enormes y chiclosos. Pequeños cuadraditos de 12 mm de lado, todos parejos, tiernos y sabrosos. Lo mismo para el chorizo colorado –cortado en pequeños pedazos de… digamos… ¿5 mm de lado?, la panceta –también pareja-, y unas “enormes”, en presencia y sabor, patitas de cordero –pequeñas, muy blancas, puro cartílago y cortadas prolijamente al medio- que se deshacían en la boca. Y los garbanzos, en su justo punto, ni duraznos, ni deshechos: justos. Mantecosos. Riquísimos. Todo cocido con cebollas, blancas y de verdeo, y el toque inigualable del pimentón español. Eso sí, nada de papa. Que acá “no hace falta estirar” con la santa papa un plato de mondongo que resulta ser semejante maravilla… ¿Para que agregar una insulsa y blanca papa a tanto color y tanto sabor?
El plato tenía una armonía de colores, tamaños, sabores y aromas que, como decía la prócer de la cocina televisada: ¡era un puema!

El tío Jorge me esperaba con un Mapú Curá Rosado brut de Bodega Mainqué (el hombre sabe tratar a su sobrino preferido!), y apenas me pusieron el plato en la mesa, agradecí con cinismo “la media porción” recibida. En segundos mi plato sopero viajaba otra vez a la cocina para volver repleto hasta arriba, casi desbordando. Terminé antes que nadie y repetí en igual cantidad y con mayor vehemencia.
Más tarde, y cuando ya nadie quería comer más nada y todos esperaban los postres de la tía Irma, me pareció oportuno agasajar a los cocineros pidiendo una tercera porción, requerimiento que me fue satisfecho de inmediato. O sea que, tres platos de guiso de mondongo tres; sin repetir y sin soplar.
Que como decía el tenista aquel devenido en galán: “¡soy un león comiendo mondongo!”

Para los grises que no saben comer, había también tallarines con estofado de peceto. Y al momento de los postres (tortas varias, profiteroles, masas, higos y quinotos en almíbar, variedad de cremas y salsas, etc.) me incliné por un postre singular y atípico: dos -sí, dos- sanguchitos de peceto (en fetas de unos 10 mm de alto, para nada secas, muy tiernas y con una salsa irresistible) que me armé con unos mignoncitos que rescaté del atracón…

Luego, discretamente, me fui a dormir una siesta de dos horitas “que se la pedí prestada a la muerte”.